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La madremonte, tradiciones indígenas folclóricas

  • Foto del escritor: Alejandro Gutiérrez Arango
    Alejandro Gutiérrez Arango
  • 22 jul
  • 6 Min. de lectura

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En la vasta extensión de los montes colombianos, allí donde los ríos cantan y las selvas susurran secretos antiguos, habita una figura mítica que desde tiempos inmemoriales ha gobernado con temor y misterio. La llaman la Madremonte, la deidad tutelar de los montes y selvas, una presencia que es tanto guardiana como juez, castigadora y madre del verdor. Desde los ecos que reverberan entre los llanos hasta los murmullos entre las copas de los árboles en el Amazonas, la Madremonte se manifiesta en forma de una mujer alta y corpulenta, envuelta en el tejido vivo de la naturaleza misma. Su silueta imponente parece estar revestida de hojas frescas y musgo, y lleva un sombrero impresionante adornado con flores y plumas como la corona de una reina de su reino vegetal. A su andar, la rodea una mezcla de misterio y amenaza, una elegancia salvaje que a menudo anuncia tormentas y temblores en el aire, como si los vientos estuvieran a su servicio. Pero la Madremonte es esquiva y rara vez vista por mortales. A menudo no es su imagen lo que acecha a los que profanan sus dominios, sino una serie de infortunios y desventuras capaces de hacer dudar a cualquier mente racional. Cuentan que quienes se internan en el profundo sopor de sus bosques lo hacen con riesgo de perderse en una alucinación que confunde los caminos, hasta que cada árbol parece idéntico al siguiente y las salidas desaparecen entre sombras y follaje. Es un mito con muchas caras, pues en diferentes aristas del país, su figura cambia como los caprichos del viento. Algunos la han visto como una mujer de piel musgosa, con largos colmillos asomando y ojos de fuego que penetran el alma de los incautos que osan caminar por su selva. Otros, en cambio, la describen como una anciana caníbal, de pelo largo como serpiente, que arrastra a los desobedientes con sus manos descarnadas y una fuerza sobrenatural. Las leyendas van de boca en boca, susurrando que esta diosa de la naturaleza protege lo suyo con un celo feroz. Desde tiempos ancestrales, cuando el Dios del universo, en su infinita sabiduría, tomó desechos vegetales de los ángeles para darle vida, ella se ha encargado de castigar sin clemencia a los embusteros, a los codiciosos de linderos y a aquellos que desoyen la armonía entre el hombre y la tierra. Se dice que seca las fuentes y provoca sequías para aquellos que se ven envueltos en disputas insensatas por sus tierras, asolando sus cultivos y sus ganados con solo una mirada de reproche mudada en huracán. Víctima de su embrujo fue alguna vez Gerardo, un cazador osado que se adentró en los montes despreciando las advertencias de los ancianos. La lluvia azotó con furia y el viento aulló a través de las copas de los árboles, mientras todos los caminos parecían fundirse en uno solo, devorándole el tiempo. El retumbe de pasos pesados y la risa burlona se fundieron con su desesperación, murmurando que la Madremonte lo había atrapado en su juego de espejos y sombras interminables. Solo el clamor de una súplica a San Isidro Labrador lo salvó de ser arrastrado a las profundidades del olvido. Muchas son las historias que tejen su presencia, algunas tan terribles como la de dos amigos que invocaron su furia con deseos impuros. En la oscuridad del monte, el llamado desesperado por compañía femenina fue escuchado por aquella que devora con un hambre de siglos. Así, la Madremonte acechó la choza improvisada donde durmieron, hasta que uno despertó cubierto por la sangre del otro, un sacrificio a la selva que ella custodia. Y aquellas veces que niños desaparecen en las maniguas, son arrastrados por el canto silencioso de la madre del monte, quien a veces los cuida en su cueva oculta, justo hasta el momento en que los devuelva, cambiados y soñolientos, a los brazos temblorosos de unos padres desconsolados. El poder de la Madremonte no es solo leyenda, sino parte viva del alma de aquellos que habitan los confines del bosque. Es la atávica advertencia que recuerda que la naturaleza no se puede doblegar sin pagar un precio, y que en el corazón de cada selva hay una madre que cobra sus deudas con tempestades y que vigila, aún invisible, a todos los que cruzan los umbrales de su reino. Así, en el reverberante canto de los mitos, la Madremonte se yergue como el símbolo eterno de la selva primordial, un eco de la voz antigua del mundo que aún ensordece a aquellos que no escuchan la advertencia del viento. Ella es del monte y el monte es de ella, el eterno ciclo que su lezna ha tejido con cuidado en el tapiz de la vida.


Versiones

El mito de la Madremonte presenta variaciones significativas en las diferentes versiones, las cuales reflejan tanto el contexto cultural como las tradiciones locales de las regiones en las que se cuenta. En algunas versiones, la Madremonte se describe como una mujer alta, elegante y vestida de verde, que protege los montes y castiga severamente a los transgresores de los límites de las propiedades, mientras que en otras adopta una apariencia más aterradora, con grandes colmillos e incluso un aspecto de mujer-carnívora que devora a sus víctimas. Este contraste se hace patente, por ejemplo, en la versión donde aparece como una defensora de las fronteras que utiliza tempestades y alucinaciones para desorientar a los intrusos, en comparación con relatos en los que ataca físicamente a los cazadores y a quienes cometen actos infieles o inmorales. Asimismo, el enfoque en las acciones punitivas de la Madremonte varía: algunas narraciones enfatizan su capacidad para causar desastres naturales como tormentas e inundaciones, castigando a los violadores del orden natural y social, como los infieles y quienes dañan el monte, mientras que otras destacan su ira personal y acciones de secuestro o devoración directa. Además, los métodos para protegerse de ella también difieren, desde el uso de amuletos y rezos específicos hasta estrategias más viscerales como insultarla o golpear con palos de guayacán, demostrando una profunda adaptación del mito a distintos contextos y necesidades comunitarias a lo largo de Colombia. Estas diferencias no solo reflejan las variaciones en las creencias locales, sino que también sugieren la fusión de influencias indígenas y europeas en la conformación del mito, evidenciando una amplia diversidad cultural dentro del país.


Historia tradiciones indígenas folclóricas

El mito de la Madremonte tiene sus raíces principalmente en las tradiciones indígenas y folclóricas de Colombia. Las versiones indican que la figura de la Madremonte, también conocida como Madreselva o Marimonda, está presente en los Andes centrales y occidentales, así como en las regiones de los valles del Magdalena y Cauca, la Orinoquía y la Amazonía. Se cree que podría tener un origen en las tradiciones indígenas, ya que hay referencias a la diosa Dabeiba de los Guacas, quien presidía fenómenos naturales como tempestades y truenos. Otros relatos sugieren que fue creada por el mismo Dios a partir de desperdicios vegetales recogidos por ángeles. La madremonte es descrita como un ser que castiga las malas acciones humanas, especialmente aquellas relacionadas con los límites territoriales, el respeto a la naturaleza y la fidelidad conyugal. Su manifestación es un tanto diversa; algunos la ven como una mujer de aspecto repulsivo, cubierta de musgos, con ojos como de candela y grandes colmillos, mientras que otros la ven como una dama elegante vestida de verde y con largo cabello de lianas. El mito es asociado con la defensa de la selva y la naturaleza, siendo la Madremonte una tutora de los montes y las selvas que reacciona furiosamente a cualquier transgresión contra su dominio. Este mito también resuena en las advertencias y consejos de los ancianos respecto a cómo protegerse de sus acometidas, señalando que se deben llevar ciertos amuletos o realizar oraciones para ahuyentar su presencia. Por tanto, la Madremonte refleja no solo un fuerte vínculo con el entorno natural de las regiones que abarca, sino también un legado cultural sobre el respeto a la naturaleza y las normas comunitarias. El mito de la Madremonte refleja la relación entre los seres humanos y la naturaleza, enfatizando la importancia del respeto hacia el entorno natural y las normas comunitarias. Funciona como un recordatorio de las consecuencias de transgredir los límites impuestos por la naturaleza y la comunidad, y representa una fusión de influencias indígenas y europeas en la cultura colombiana. Se asemeja a mitos como el de la diosa griega Artemisa, protectora de la naturaleza, y a figuras como la diosa nórdica Skadi, relacionada con la caza y los bosques.

 

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