top of page

El origen del agua, origen del agua en Karavi

  • Foto del escritor: Alejandro Gutiérrez Arango
    Alejandro Gutiérrez Arango
  • 28 jul
  • 5 Min. de lectura

ree

En el principio de los tiempos, el mundo de Karavi era un vasto paisaje sediento, un interminable horizonte de tierra reseca que clamaba por el murmullo de un arroyo o el susurro de un río. En medio de esta aridez se hallaba Gentzerá, una mujer cuya mezquindad era tan profunda como la sequía que reinaba, y a quien susurraban los vientos como la guardiana de toda el agua del mundo. La había encerrado, dicen, en lo más recóndito de una gran roca, cuya superficie bruñida brillaba al sol sin develar el manantial oculto en sus entrañas. Otros relatos afirman que la prisión del agua era un colosal árbol, un jenené cuyas raíces se hundían en el centro mismo de la Tierra. Karavi, el eterno viajero, un hombre de mirada sabia y manos fuertes, supo del agua oculta y emprendió el camino hacia Gentzerá. Su búsqueda fue larga y tortuosa, pero al fin llegó ante la gran roca —o al pie del enmarañado jenené— y llamó. Con el eco de sus palabras rebotando en el silencio, esperó. Gentzerá, oculta tras la piedra o la corteza, se negó a responder. Desesperado, Karavi volvió a llamar, implorando el alivio para su tierra sedienta, pero fue en vano. Al fin, Gentzerá emergió de su escondrijo, con una sonrisa helada y un agua que solo era un espejismo seco en sus labios. No habría de compartir ni una gota. La indignación de Karavi creció hasta convertirse en una tormenta que le hinchó el pecho y le endureció el alma. Con un grito que retumbó en los cielos, derribó la puerta de la roca, o el tronco del árbol, liberando las aguas que se habían agolpado durante siglos. Se desbordaron como un alud de frescura, surcando la tierra y formando mares, ríos y arroyos cuyo canto llenó el aire. Pero Gentzerá, azorada por su caída, se convirtió ante los ojos de Karavi en una diminuta hormiga conga, con su veneno como único testigo de su traición, y una gota de agua siempre en la boca como recuerdo de su avaricia. Pero el mundo no estaba aún libre de los enredos del gran Jenené, cuyas ramas retorcidas contenían aún el hálito de aguas vivas. Fue entonces que Karavi, consciente de que el ciclo no estaba completo, pidió ayuda a las criaturas del bosque. De todas, solo la pequeña ardilla, conocida como Chidima, con su espíritu ágil y su rápida determinación, emprendió la tarea de cortar los bejucos. Lo logró con astucia, recogiendo su fruto y saltando al suelo antes de que el gran árbol cediera, inundando el mundo con su caudal. Al otro lado de estas tierras, en un tiempo de mitos enredados como las raíces del jenené, un jaibaná de sabiduría ancestral jugaba a la alquimia con la vida. En una totuma, sembró gusanos con un roce de agua, y al día siguiente el recipiente rebosaba con aquel líquido vital. Maravillado, replicó su experimento en recipientes más grandes, hasta que llegó a una hondonada conocida como “La Batea”. Allí, los gusanos florecieron hasta convertirse en jepás, serpientes enormes que ondularon sus cuerpos hasta transformar el lugar en una laguna repleta de peces plateados. Sin embargo, la relación con las jepás pronto se tornó amarga. Los hijos del jaibaná, caprichosos y descuidados en su juventud, tocaron tambores para atraer a las serpientes sin ofrecerles comida alguna. Enfurecidas y traicionadas, las jepás destruyeron la casa del jaibaná y devoraron a los niños, desatando así una rabia ancestral en el sabio. Buscó la ayuda de otros caciques, quienes acudieron con fuerza y astucia. Juntos arriaron a las jepás hacia el río San Juan, desplegando en su camino un enorme cangrejo de tijera afilada. Este esperaba paciente el paso de las serpientes y, al avistar a la culpable, la cortó en tres, vengando así la muerte de los hijos del jaibaná. Aquella ruptura llevó a la disipación de las jepás, su esencia se esparció, y cada fragmento contribuyó a formar los ríos y quebradas que ahora danzan en la tierra de Karavi. Así, desde entonces, las aguas del mundo fluyen libres, con ríos que murmuran secretos de antaño, arroyos susurrantes y charcos que reflejan un cielo paciente. En cada gota resuena la historia de cómo el sacrificio y la audacia doblegaron la avaricia y la ira, dejando tras de sí un mundo rebosante de vida, donde lo mágico y lo real convergen como las aguas, abrazando la tierra y nutriendo el alma de sus habitantes.


Versiones

Las dos versiones del mito de la creación del agua en el mundo de Karavi presentan marcadas diferencias en cuanto a sus personajes, mecanismos de liberación del agua y consecuencias. En la primera versión, la figura central es Karavi, quien se enfrenta a Gentzerá para liberar el agua contenida en una roca o un árbol gigante. Aquí, el acto de liberar el agua es directo y violento: Karavi derriba la puerta para desatar mares y ríos, castigando a Gentzerá al transformarla en una hormiga venenosa. La intervención de los animales, específicamente de una pequeña ardilla, es crucial para asegurar la liberación total del agua, simbolizando una intervención colectiva para restaurar el equilibrio natural. En contraste, la segunda versión destaca la figura de un jaibaná como el origen del agua a través de un proceso más metódico y experimental, donde el crecimiento de gusanos en una totuma resulta en la creación de agua que se expande en lagunas mediante serpientes gigantes llamadas jepás. La narrativa se centra en una crisis interna provocada por la negligencia de los hijos del jaibaná, que lleva a la ira de las jepás. Esta versión resalta la venganza y el pecado en lugar de una figura despótica que controla el agua. La resolución del conflicto implica la acción de un cangrejo gigante que castiga a la jepá asesina, dispersando las aguas de manera distinta en ríos y quebradas. Ambas versiones explican la presencia de agua en el mundo de Karavi, pero utilizan símbolos y temas diferentes: el poder y la justicia heroica en la primera, y la manipulación mágica y la retribución en la segunda.


Historia origen del agua en Karavi

El mito tiene dos versiones sobre el origen de la abundancia de agua en el mundo de Karavi: 1. En la primera versión, se relata que en un principio Karavi carecía de agua porque Gentzerá, una mujer mezquina, la había almacenado en una gran roca o dentro de un árbol gigante llamado jenené. Karavi, al ser rechazado por Gentzerá para obtener agua, decidió liberarla derribando la puerta o el árbol, lo que resultó en la formación de mares, ríos y arroyos por toda la tierra. Como castigo a Gentzerá, la transformó en una hormiga venenosa que llevaba una gota de agua en la boca. Además, con la ayuda de una pequeña ardilla llamada Chidima, Karavi logró desprender las ramas del árbol y el mundo se inundó, aunque él y su gente se salvaron. 2. La segunda versión cuenta que un gran jaibaná experimentó con unos gusanos en diferentes recipientes, originando grandes serpientes llamadas jepás que convirtieron el lugar en una laguna llena de peces. Cuando estas serpientes se enfurecieron por no recibir comida de los hijos del jaibaná, destruyeron la casa y devoraron a los niños. El jaibaná, lleno de rabia, solicitó la ayuda de otros caciques para llevar a las jepás hacia el río San Juan, donde un cangrejo cortó a la jepá culpable. Desde entonces, el agua quedó distribuida por ríos y quebradas, y las serpientes se dispersaron, dando origen a los relatos de abundancia de agua en Karavi. Ambas versiones explican, desde diferentes perspectivas, el origen mitológico de cómo el agua llegó al mundo de Karavi. El mito refleja la importancia del agua como recurso vital y su control como símbolo de poder. También muestra la relación del ser humano con la naturaleza y la intervención de fuerzas sobrenaturales para explicar fenómenos naturales. Se asemeja al mito griego de Prometeo, quien desafía a los dioses para traer el fuego a la humanidad.

Comentarios

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación

 

Mitos de Colombia
Las historias que se cuentan, nunca mueren

 

BOGOTÁ - COLOMBIA
 

Únete a nuestra lista de correo

bottom of page