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El origen del sol y la luna, diferencias fundamentales del mito

  • Foto del escritor: Alejandro Gutiérrez Arango
    Alejandro Gutiérrez Arango
  • 28 jul
  • 4 Min. de lectura

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En un rincón mágico del vasto universo, donde el tiempo fluye como un río invisible que carga sus secretos en el vacío sideral, se desplegaba la ancestral historia de Humántahu y Gedeco. Ambos, Sol y Luna, flotaban suspendidos en el firmamento, eternamente separados y, sin embargo, vinculados por lazos que trascendían lo meramente celestial. En un tiempo remoto, donde los días carecían de luz y las noches no conocían la oscuridad, Humántahu y Gedeco eran hermanos en la tierra, inseparables en su caminar. Karavi, el gran tejedor del destino, miraba con preocupación, pues veía en sus corazones un amor prohibido que desafiaba las leyes que regían el mundo. Fue así como, en un acto que mezclaba benevolencia y castigo, Karavi los elevó hasta el cielo, transformándolos en el Sol y la Luna, para que fueran guardianes del día y de la noche, pero separados para la eternidad. Humántahu, ardiente y resplandeciente, se desplazaba con majestuosidad por el cielo, siempre huyendo de los intentos de Gedeco por acortar la distancia que los separaba. Gedeco, en cambio, reflejaba con cada ciclo lunar la esencia cambiante de la mujer, con fases que susurraban deseos y anhelos antiguos. Pero Humántahu la rechazaba; encontraba en sus ciclos una verdad que no podía aceptar, recordatorio perpetuo de un amor que permanecía más allá del perdón. Al principio, ambos astros brillaban con una intensidad que dejaba ciegos a quienes en la tierra los contemplaban. Por ello, de común acuerdo, decidieron cerrar un ojo cada uno y alejarse, mitigando su resplandor para no causar daño. Así, con un solo ojo abierto, Humántahu se bañaba en el mar al caer la tarde; sus doradas llamas se adentraban en el agua, desapareciendo hasta que el amanecer las devolvía al cielo. Gedeco, en su melancolía, también buscaba el abrazo de las aguas, aunque menos frecuentemente, dibujando su plateada silueta en las noches donde los susurros de las olas inspiraban sus sueños. Durante sus ciclos, Gedeco volvía a cortejar a Humántahu, apareciendo con la mitad de su rostro oculto, enviándole guiños que buscaban encender su atención. Cuando completaba su rostro, los destellos que cruzaban el cielo narraban antiguos cuentos de amor y pasiones compartidas, logrando que Humántahu por momentos se detenía, capturado por la visión, y por un breve instante, el cosmos se transformaba en el eco de su unión. No obstante, la naturaleza celosa de Gedeco siempre emergía, lo espiaba de reojo y, al no soportar su propia vulnerabilidad, se ocultaba nuevamente, escapando hacia la sombra. Su partida, aunque dolorosa, hacía que Humántahu regresara a su curso solitario, esperando el próximo encuentro para repetir el ciclo. Las lágrimas de Gedeco, vertidas en el camino por el dolor eterno de su separación, manchaban otrora el recorrido celestial. Cuando Humántahu, quien ardía de enojo y tristeza, hallaba estas huellas rojas, obligaba a Gedeco a limpiarlas; así nacía la lluvia, que caía sobre el mundo como bendición y castigo, como un recordatorio de la pasión que antaño los envolvía. Karavi, vigilante de sus destinos, había dispuesto en el firmamento que no solo el Sol y la Luna decoraran el oscuro lienzo. Había sembrado en su creación millones de pequeñas luces que llamaban estrellas. Algunos decían que eran chispas de luz regadas por los antiguos dioses, mientras otros susurraban que en realidad eran pajaritos luminosos, extendiendo sus alas para no caer, sus trinos inaudibles componiendo una música que solo los astros podían entender. Y así, Humántahu y Gedeco continuaban su danza cósmica, navegando tanto en el tiempo como en el espacio, sus corazones llenos de un amor que se resistía a desaparecer. La tierra, con su multiplicidad de seres, recibía su eterna historia en forma de días y noches, lluvias y destellos, recordándonos que incluso entre los astros, el amor puede ser tan poderoso como el universo y tan efímero como un suspiro al viento.


Versiones

El análisis de las versiones del mito del Sol y la Luna revela varias diferencias fundamentales en cuanto a los temas, relaciones interpersonales y la función cósmica de los personajes. En la primera versión, el foco está en una narrativa de origen que incluye un elemento de tabú cultural y castigo: el Sol y la Luna, originalmente hermanos unidos de manera incestuosa, son castigados por Karavi al ser transformados en astros. Aquí, el mito se vincula estrechamente con la creación de costumbres sociales, como la introducción de apellidos para prevenir uniones incestuosas, y también se explora la dinámica de rechazo y ciclo lunar relacionado con la pureza. En contraste, la segunda versión presenta una relación romántica entre el Sol y la Luna, sin alusión a vínculos familiares, describiendo un ciclo de amor, celos y separación que sigue un patrón más humano y menos punitivo. Esta variación enfatiza sentimientos universales, careciendo del juicio moral presente en el primer relato. La tercera versión se enfoca en la creación del firmamento, incluyendo la incorporación de estrellas que no están presentes en las narrativas anteriores, expandiendo así el contexto del universo mitológico relatado. Aquí, las estrellas tienen dos posibles orígenes, como lucecitas puestas por Karavi o como pajaritos luminosos; ambas posibilidades aportan un elemento de diversidad creativa que añade profundidad al cosmos del mito. Además, a diferencia de las versiones anteriores, no se explora la relación personal entre el Sol y la Luna, sino que se amplía el ámbito celestial con nuevas entidades. En resumen, mientras que la primera y segunda versiones se centran en las interacciones y emociones del Sol y la Luna, la tercera introduce un componente mitológico más amplio y menos centrado en la interacción entre estos dos personajes céntricos, afectando la interpretación de su lugar en el cosmos.


Historia diferencias fundamentales del mito

Por ahora no tenemos tan clara la historia de este mito, pero a medida que recopilemos más información les estaremos actualizando. El mito refleja la importancia de las relaciones interpersonales y las normas culturales en la comunidad Embera, mostrando cómo los mitos pueden servir para explicar fenómenos naturales y establecer normas sociales. Se asemeja al mito griego de Helios y Selene, y al mito japonés de Amaterasu y Tsukuyomi, donde el sol y la luna también tienen relaciones complejas.

 

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