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Héntserá y el agua, astucia y descubrimiento liberan agua

  • Foto del escritor: Alejandro Gutiérrez Arango
    Alejandro Gutiérrez Arango
  • 28 jul
  • 4 Min. de lectura

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En un tiempo donde los vientos susurraban secretos y las montañas guardaban el eco de antiguas historias, existía un ser mítico conocido por todos como Héntserá. Era él el único dueño del milagro líquido llamado agua, ese elixir cristalino que todo ser anhela y necesita. Poseía un manantial cuya pureza era envidiada por las estrellas mismas y celosamente custodiado por las raíces invisibles del mundo. Karagabí, otro ser de mitos y sueños, vivía con una insaciable sed que ni las lluvias podían mitigar. Su boca conocía solo el sabor de los aguaceros que caían caprichosos, nunca el fluir constante y fresco del agua de Héntserá. Existía en su pecho un deseo no de envidia, sino de aprendizaje; de entender cómo un ser podría contener en sus manos las corrientes secretas del universo. Un día, en un gesto que detuvo el tiempo, Héntserá cedió a Karagabí un pequeño sorbo de su agua. Esa gota contenía la esencia de galaxias y del tiempo antes del tiempo, y Karagabí supo entonces que debía encontrar la fuente, no por conquista, sino por compartir. Aquella experiencia lo empujó a una búsqueda apasionada y llena de fervor. Así, Karagabí confió en su sirviente, un joven de ojos brillantes que miraban más allá del horizonte. A él encomendó la misión de seguir a Héntserá, de desvelar el misterio del manantial sin perturbar la magia que lo envolvía. Con pasos sutiles, el muchacho observó a Héntserá y sus movimientos fluidos como bruma al amanecer. Fue entonces que el joven descubrió un secreto embriagador entre los susurros de las copas de los árboles: un gran árbol, majestuoso, llamado jenéne. Este árbol no era madera ni hojas, sino un pilar entre el cielo y la tierra, guardando en sus venas el agua de la vida. Era la conexión entre mundos, quizá la primera y última de todas las raíces. Con esta revelación, el muchacho regresó, y al oído de Karagabí susurró la verdad que había aprendido. Karagabí, con la sabiduría recogida de soles ancianos, llamó a su gente, aquellos que soñaban con liberar las aguas. Reunió muchas hachas, astillas de rayos domados, y ocho valerosas arditas, guerreros convertidos en cuentos y leyendas con narigueras de monsimá que brillaban como la luz del crepúsculo en la oscuridad. Durante ocho días y ocho noches, en un esfuerzo que tejió cantos antiguos con sudor moderno, los hombres trabajaron alrededor del jenéne. Cada golpe de las hachas resonaba como un latido de la tierra misma y el aire cargado de promesas futuras. Finalmente, el gigante cayó, no con estruendo, sino con un susurro que alcanzó los confines del mundo. En su caída, un milagro danzó ante los ojos de todos. La raíz del árbol se expandió, deslizándose serpenteante, convirtiéndose en un mar inmenso, abrazando las tierras hasta perderse en el horizonte. Las ramas, al romperse, guiaron nuevas corrientes, transformándose en ríos poderosos: el Cauca, el Magdalena. Por vez primera, el agua ya no era de uno, sino de todos, fluyendo libre, portando consigo historias de quienes la habitaron. Aquellas arditas, testigos del cambio, al ver el fin de su objetivo, sintieron sus narigueras romperse como si fuese un signo de metamorfosis, transformadas del resplandor de adornos a emblemas de libertad. El mundo respiró en un nuevo ritmo, y Héntserá, en su eterna sabiduría, sonrió; al compartir su secreto, el agua dejó de ser un hechizo y se convirtió en un regalo. Así, bajo el cielo adornado por estrellas cómplices, las aguas se mezclaron con la tierra y el cielo, tejiendo en su fluir el futuro de cuanto habría de nacer después. En esa mezcla de realidades, luces y sombras, la humanidad encontró su eternidad narrativa en el continuo fluir de la fuente recién descubierta. La historia siguió viviendo, tejiéndose en el tapiz del tiempo por siempre jamás.


Versiones

En este análisis, observamos una sola versión del relato sobre Héntserá, Karagabí y la obtención del agua. Para identificar potenciales diferencias entre versiones, se podría hipotetizar la existencia de otras narrativas en las que cambian las acciones, motivaciones y consecuencias de los personajes principales en torno a la distribución del agua. La versión que tenemos destaca el papel de la astucia y observación estratégica por parte de Karagabí, quien recurre a su sirviente para descubrir el secreto de Héntserá. Esto resalta un tema común en los mitos: el uso de la inteligencia y colaboración para superar un obstáculo natural o cultural, en este caso, el acceso limitado al agua, un recurso crucial. A falta de otras versiones para un análisis comparativo directo, podemos imaginar variaciones donde, por ejemplo, Héntserá distribuye el agua de manera más equitativa desde el inicio, o donde Karagabí recurre a métodos diferentes para obtener el conocimiento sobre el árbol jenéne. Otros cambios podrían incluir la transformación mágica del árbol, que crea ríos y mares, como un acto intencional de reconciliación en lugar de una consecuencia accidental tras la tala del árbol. Estas variaciones podrían alterar el enfoque del mito hacia temas de cooperación y equilibrio natural, en contraste con la competición y la redistribución resultante de un conflicto inicial que se explora en la versión presentada.


Historia astucia y descubrimiento liberan agua

El mito relata que Héntserá, un ser mítico, era el único poseedor del agua y podía disfrutar de agua buena, mientras que Karagabí no tenía acceso a ella. Un día, Héntserá regaló un poco de agua a Karagabí, quien la disfrutó mucho. Más tarde, mientras Héntserá fue a la montaña a buscar agua y encontró mucha, Karagabí, al ir también a buscar, no halló ninguna y tuvo que conformarse con agua de lluvia. Karagabí tenía un sirviente que le indicó el lugar donde Héntserá obtenía agua. Héntserá se dirigía a un gran árbol llamado jenéne. Tras enterarse, Karagabí reunió a su gente con hachas y arditas para derribar el árbol. Trabajaron durante ocho días hasta que finalmente lo derribaron. Al caer, la raíz del árbol se convirtió en el mar y las ramas más grandes se transformaron en los ríos Cauca y Magdalena, proporcionando agua a todos. Las arditas, que llevaban narigueras, se reventaron cuando el árbol cayó. El mito refleja la importancia del agua como recurso vital y su distribución equitativa, simbolizando el paso de la posesión individual a la colectividad, lo cual es fundamental en las culturas que dependen de recursos naturales compartidos. Este mito se asemeja a la historia de Prometeo en la mitología griega, donde un recurso vital es compartido con la humanidad.

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