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El sol y el luna que nacen en Araracuara, detalle y enfoque narrativo

  • Foto del escritor: Alejandro Gutiérrez Arango
    Alejandro Gutiérrez Arango
  • 7 ene
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 8 ene



Tipo: Mito sobre el sol y la luna

Origen: Indígena

Departamento: Amazonas

Comunidad: Andoque


En un tiempo remoto que solo los susurros de la selva recuerdan, la paloma torcaza cogió entre sus plumas la vibrante luz de la creación. Fue ella quien trajo al mundo el huevo atrincherado en un secreto oculto. Al romperse, liberó no solo el calor incandescente del sol, su primogénito, sino también el resplandor pálido de el luna, su mellizo, destinados ambos a mecer el día y la noche en un ciclo eterno de ilusión y realidad. El sol, con su ardoroso espíritu, encontró compañía en doña Tortuga-redonda, cuyo caparazón narraba complicados laberintos del tiempo. Pero el luna, solitario solía deslizarse por la noche, sereno y expectante, hacia la morada de su cuñada. Doña Tortuga-redonda, sintiendo el roce del misterio, confesó la intrusión a su marido. Sol, astuto bajo la luz del día, planeó un truco. Le pidió a su esposa que preparara un tinte negro, un velo, y lo mantuviera oculto bajo su lecho. Cuando el luna viniera a importunar en la penumbra, ella debería marcar su cara, revelando así su identidad.


Así sucedió que, esa misma noche, mientras el sol se sumergía en los rituales de la coca, el luna se aproximó, y fue sorprendida con la mácula inconfundible del tinte. Al amanecer, avergonzado por la traición de su nocturnidad expuesta, el luna se ocultó entre las sombras de su propio resplandor. En esos días de vergüenza móvil, el sol salió al campo donde las hojas de coca susurraban secretos antiguos entre sus verdes nervaduras. Con un acto de magia oculta, introdujo dos piñas lozanas, una macho y una hembra, en el hueco profundo de un tronco, de donde emergieron dos guacamayas de un rojo incandescente. Al caer la tarde, regresó a su hogar y relató:


—Cerca de mi yucal están dos guacamayos, ya grandes, ya fuertes.


Luna, curioso de la milagrosa génesis, propuso:

—Mañana, vayamos a verlos juntos.

Así al día siguiente, se adentraron en la chagra. Ahí, sol, con astucia, colocó un palo como soporte y le invitó a el luna a escalar. Mientras sus manos se alargaban ansiosas por el guacamayo, el ave descendía en un juego de paciencia hasta que el luna entero se sumió en el tronco. Entonces, sol retiró el apoyo y el luna cayó al profundo abismo del árbol, que cerró su entrada con el áspero crujido del misterio encerrado. Ese día, los cerros hicieron su aparición en el paisaje, con nombres de Espíritus de Guacamayo y Lugares de Cacería, tallados en piedra por un capricho del destino. Encerrado, el luna vivió largo tiempo en la inmovilidad del tronco, su tristeza resonando en el corazón de la selva. Fue entonces que un carpintero, el totakode, imbuido con el ritmo del yarumo, escuchó los lamentos de el luna.

—Paisano, ¿quién eres? ¡Ayúdame! —clamó el luna desde su prisión de madera.

El totakode se detuvo, intrigado, pero luego siguió su camino, golpeando con sus martilleos aquel tronco que parecía eterno. Sinadé, peoí y sipé, carpinteros conocidos por sus habilidades, se sucedieron, cada uno incursionando con martillos, sin éxito. Entre golpes desesperados y visitas al hogar de la madre de el luna, las criaturas del bosque organizadas bajo un extraño compás de solidaridad se unieron para salvarle. Murciélagos, grillos y pájaros-mosca, junto con ratones llorones llamados padé, llevaron sus ofrendas de frutas maduras para dar nuevo aliento a el luna prisionera.


Con un esfuerzo paciente y colectivo, perforaron un orificio en el tronco. En la penumbra, el carpintero totakode fue enviado con un mensaje al legendario cortador, el koói, al otro lado del horizonte, para que trajera su poderosa hacha. La llegada del cortador fue traída por el retumbar del manguaré, cuyo eco resonó desde el occidente hasta el oriente, convocando las herramientas mágicas de todos los rincones de la tierra. Los cortadores se unieron al esfuerzo, haciendo una abertura apenas suficiente para que el luna pudiera pasar.


Finalmente liberado, el luna bajó del tronco por una raíz que el propio tiempo había tejido. Se encontró entonces, consigo mismo y con una soledad que le acompañaba como la sombra luminosa de su destino. Vagó, hasta hallar un árbol de balso, del que decidió sacar una mujer para sí. Esculpió incansable hasta que el cortador regresó para ayudarle a dar forma perfecta a su compañera. Con el corpóreo bálsamo de la soledad transformado en vida, todo lo demás, pedazos y astillas, para el mundo conocedor de lo mágico se convirtieron en gavilanes guácharos y piedras, terminando con una danza en la superficie de las aguas, donde pescados añoraban por nacer.

Así, Luna regresó al hogar de su madre, trayendo pescados como trofeos de su periplo. Al día siguiente, Sol y Luna participaron en una barbasqueada, donde la señal de reconciliación fue sellada con enfrentamiento. Se pelearon por un pescado dorado, el cual resbaló de las manos de Sol y, al perseguirlo, una gran tormenta de agua se levantó, obligando a Sol a retirarse al oriente. La madre, con arrugas de preocupación, regañó a Luna, quien emprendido su viaje eterno para alcanzar a su hermano mayor, el Sol, prometió encontrarlo nuevamente en una danza cósmica de persecución y soledad interminable. Y así, entre remansos y vuelos, se configuraron el Sol y el Luna, pulsando en la bóveda celeste donde sus leyendas cobran vida en cada amanecer y atardecer, eternos e inalcanzables.

la torcanza en el arbol prision

Historia detalle y enfoque narrativo

El mito se origina a partir de un relato sobre la creación del sol y el luna. Según la historia, una paloma torcaza puso un huevo que se dividió en dos al romperse. Una parte se convirtió en el sol, y la otra en el luna. El sol tenía una esposa llamada doña Tortuga-redonda, y el hermano de sol, el luna, solía molestarla. El sol se enteró del comportamiento de el luna gracias a un tinte negro que su esposa usó para marcar al intruso en la cara. Luna, avergonzado, se ocultó, pero Sol lo reconoció al día siguiente. Sol fue al campo de yucas y regresó con dos guacamayas que luego dejaron caer desde un tronco. Esto condujo a una serie de eventos en los que Luna fue atrapado y encerrado en un tronco. Subsistió gracias a la ayuda de animales, como carpinteros, murciélagos, y otros que le llevaban comida. Finalmente, una planta de higuerón creció de los desechos de estos animales, y el tronco fue abierto por Cortador y otros, permitiendo a Luna salir al mundo nuevamente. La narrativa continúa con Luna esculpiendo una mujer de un árbol de balso, creando seres a partir de las astillas, y un conflicto final con Sol que da lugar a una inundación.


Así, el mito aborda con detalle y enfoque narrativo la creación por un huevo dividido y las interacciones entre el sol y el luna, culminando en un ciclo interminable donde ambos cuerpos celestes se persiguen, representando día y noche. El mito refleja la importancia de la dualidad y el equilibrio en la cultura Andoque, mostrando cómo las fuerzas opuestas del sol y el luna son esenciales para el ciclo de la vida y la naturaleza. Además, resalta la interacción entre los seres humanos y su entorno natural, simbolizando la conexión profunda con la selva y sus habitantes. Este mito se asemeja al mito griego de Helios y Selene, y al mito japonés de Amaterasu y Tsukuyomi, donde los cuerpos celestes tienen roles y relaciones complejas.

icono alusivo sol aracuara


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