Los gigantes, lenguaje y el acto de nombrar
- Alejandro Gutiérrez Arango
- 7 ene
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 8 ene

Tipo: Mito creacionista
Origen: Indígena
Departamento: Amazonas
Comunidad: Andoque
Cuando los ríos aún no poseían nombres y el mundo emergía lentamente de la niebla de la nada, un ser ancestral se desplazaba desde lo desconocido, uniendo en su camino el misterio y la claridad de los nombres. Este ser, venido del tronco del árbol madi y del cerro de la palma de milpeso, se encargó de moldear lo real y existente a través del poder de nombrar. Con cada palabra pronunciada, un río nacía, desplegándose en el tapiz del mundo con una identidad propia, un reflejo de lo sagrado y lo mundano que lo rodeaba. Al llegar al cerro de milpeso, el trueno resonó en la distancia, profundo y rabioso. Impávido, con una voz que daba forma a su entorno, llamó al río que nacía de allí "río de Trueno", capturando en su nombre el rugido celestial que había escuchado. Más adelante, donde las palmas de canangucho se inclinaban reverentes al paso del viento, surgió el río de Canangucho, y más allá, al ver la delicada forma de un dedo entre la vegetación, nombró el río de Dedo. Así continuaba su viaje, bautizando estas venas serpentinas de la tierra con un lenguaje antiguo que nosotros apenas si intuimos.
Por donde caminaba, dejaba tras de sí un rastro de nombres y dibujos. En las bocanas, en piedras dispuestas aleatoriamente, inscribía las imágenes del río Azul, con su pajarito azul adornando la ribera, y del río Dibujo, cargado de representaciones escritas en la piedra misma. Este lenguaje de signos y nombres se extendía como un mapa secreto, visible solo para aquellos que los seguían, los gigantes de la antigüedad que entendían las señales dejadas por el primero de los gigantes. El río de Hierba y el río Pokadé recibieron sus nombres al pasar él por sus caudales, observando la mata pokadé y la abundancia de hierba que crecía en sus alrededores. Más arriba, en la bocana del río Yarí, contempló al lobo de agua, un ser que parecía danzar entre sus sombras. Para los antiguos carijonas, aquel entonces sería río Yarí, pero para él y su legado, aquel curso de agua siempre sería el río de Lobo.
Continuando entre los siglos, llegó a un lugar donde un guacamayo rojo, adornando la selva con su plumaje, le inspiró el río Guacamayo. Incluso cuando los detalles de su travesía se desdibujan, sabemos que llegó a la rivera del río Huevo-de-pescado, donde vio y nombró al río por los huevos que allí abarrotaban los recodos. Cada nombramiento no era meramente un sonido, una vibración del aire, sino un acto de creación, una chispa que encendía la esencia del río que bautizaba. Los dibujos que dejaba esculpidos en la roca, como huellas petrificadas, daban vida a historias que convirtieron el lenguaje de los antiguos en un canto sin palabras. Los que venían detrás podían reconocer, en ese código lo que cada río significaba.
Nosotros, los hijos de estos gigantes, no comprendemos del todo este idioma impreciso, ese lenguaje que resonaba brillante y resplandeciente durante el baile de frutas. Eran palabras cargadas con el poder de invocar la esencia de las cosas mismas, como aquel diálogo inquisitivo entre seres que se decían: "¿Qué soy yo que me vengo a donde ti? Dime mi nombre." Y entre preguntas y respuestas, un ser se convertía en coca, otro en tabaco, uno más en yuca brava, y así hasta poblar el mundo de identidades que se entrelazaban con la esencia de los gigantes. Así como todo fue nombrado, el bautismo de las cosas trajo consigo también el fin de los gigantes. Se dice que al final, cuando habían nombrado la charapa y muchos otros lugares y seres, cometieron errores fatales. La boa y el tiburón, en una danza mortal, acabaron con ellos.

Historia de Los Gigantes, lenguaje y el acto de nombrar
El mito se centra en la figura de un ser que va nombrando diferentes elementos de la naturaleza, especialmente ríos, durante un recorrido. Además, el mito menciona que el ser dibujaba lo que nombraba, haciendo representaciones en la piedra, y esto permitía a otros (en este caso, gigantes) comprender y reconocer los nombres de los lugares. El relato sugiere que estos gigantes podían interactuar con la naturaleza de manera sobrenatural, pasando a través de árboles y piedras. Aunque los detalles concretos de cómo comenzaron estas prácticas no se explican claramente, queda evidente que hay un valor significativo atribuido al acto de nombrar y dibujar como forma de conocimiento y comunicación entre seres de poderes extraordinarios. El mito refleja la importancia del lenguaje y el acto de nombrar como una forma de creación y conexión con el entorno, destacando la visión indígena de la naturaleza como un espacio cargado de significados culturales y espirituales. Se asemeja a mitos de creación del mundo a través del lenguaje, como en la mitología egipcia donde Ptah crea mediante la palabra.

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