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El mandingas, intervencion de fuerzas malignas

  • Foto del escritor: Alejandro Gutiérrez Arango
    Alejandro Gutiérrez Arango
  • 22 jul
  • 4 Min. de lectura
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En los remotos parajes de Barranquilla, donde el murmullo del Caribe y el aire dulce del ron se mezclan con el repique vivaz de las tamboras, se tejía una leyenda cargada de mareo y misterio. Era cerca de uno de aquellos carnavales cuando la ciudad se viste de colores y alboroto, que un hombre de nombre Pamba Ahumé se encontraba fervoroso, regalando su talento de tamborero al artero bullicio de la multitud. Pamba, oriundo de las tierras del Macizo de la Guyana, no creía en espantos. Para él, el mundo era ritmo, percusión y jolgorio. A Pamba le acompañaba una mujer, Lina, apasionada danzante de finos movimientos que cautivaban incluso al viento. Era tal su amor por el tamborero que había aceptado casarse con él a la luz de aquella luna de carnaval. Pero el destino, siempre caprichoso, les presentó a un extraño llamado Santiago. Su aire era distinto, su energía multiplicada por tres al menos, con una mirada capaz de atravesar el ser. El intruso acaparaba la atención de todos. Se hablaba en voz baja de su habilidad con la tambora, de cómo sus golpes parecían surgir de un lugar más antiguo, casi divino. La celebración tomó un giro inesperado cuando Pamba y Santiago decidieron enfrentarse en un duelo que dejó en suspenso el corazón del carnaval. Lina, aunque desgarrada, no podía apartar su fascinación del extranjero. La música empezó. Cada golpe del tambor era un hechizo, cada vibración parecía traer consigo el susurro de antiguos secretos del bosque. Pamba luchó con fervor, pero pronto reconoció la maestría inhumana de Santiago, y en un abrir y cerrar de ojos, el misterio se desveló ante los ojos de René Velandia, testigo y amigo de Pamba. En los pies del extranjero se dibujaban con maléfico detalle las pezuñas de cabra, el sello del que muchos llaman el Mandingas. La revelación sembró terror en René, quien solo podía exclamar: "¡Cuidado Lina! ¡El Mandingas!" Parecía ser tarde, pero en el instante mismo en que el grito rompió el aire, Santiago, o lo que fuera, se esfumó en un parpadeo entre el humo y el rabo de una misteriosa llamarada. El público quedó con la impresión de haber sido parte de una mascarada brillantemente ejecutada, ignorantes del peligro que se había atisbado. Tras aquel carnaval, ni Lina ni Pamba Ahumé volvieron a ser vistos, dejando atrás apenas una tambora marcada con quemaduras desconcertantes, testigo mudo de lo que había acontecido. A lo largo de aquellos mismos rumbos, años después, la tierra nutrida de leyendas guardaba historias de personajes peculiares que incidían en el destino de los incautos que cruzaban sus caminos. No lejos de allí, en Tierrabuena, una antigua bruja de nombre Clementina tejía sus sortilegios en un hogar oculto entre maleza. Su refugio albergaba retratos con alfileres envenenados con intención, y escobas que como prodigios nocturnos, se alzaban en busca de nuevas víctimas. Entonces, se decía, su magia había sido poderosa. Relatos contaban su mano en el asesinato de su esposo y la maldición de quienes osaban cruzar sus intereses. Con el tiempo, Clementina y sus baúles de embrujos se desvanecieron en las crónicas de los pobladores, pero no sin antes dejar su estigma y una herencia de pócimas y fórmulas que resonaban con fuerzas oscuras. Estas brujas de Marulanda poco a poco poblaron la región, y aquella calle conocida como el "Alto del Diablo" era su teatro predilecto. Ahí también vivía Teresa García, la famosa bruja de sobrenombre "La Duenda". Envuelta siempre de negro, era célebre por sus ardides con los hombres y su risa que rodaba por las terrazas tras malograr las vidas cotidianas de sus víctimas. El Padre Melguizo, siempre armado con la devoción y el agua bendita, fue uno de los pocos que osó enfrentarse a "La Duenda". Ella, que cazaba hombres y niños con sus periplos nocturnos, no se doblegó hasta que, con el cordón de San Nicolás, el padre logró enredarla, prometiendo en redención la entrega de sus libros de magia y un cambio de conducta que restituiría la paz a las almas de aquellos que Masmarulanda. Así, en los ecos de un canto nunca silenciado del Caribe se entrelazan las notas de los tambores que una vez llamaron a lo imposible y la risa silenciosa de las brujas que aún se cuidan de los vientos que, de tanto en tanto, llevan consigo historias cuyo origen desconocido yace en silencios que solo el Mandingas jamás contará.


Versiones

El mito de "El Mandingas" presenta la intervención de fuerzas malignas durante un carnaval, donde un personaje llamado Santiago, aparentemente una representación del diablo, derrota a Pamba Ahumé en un duelo de tamboras, capturando la atención y voluntad de Lina mediante su música sobrenatural. En contraste, el relato de "Las Brujas de Marulanda" se centra en una figura femenina, Teresa García, conocida como "La Duenda", quien ejerce sus maléficos poderes causando desgracia y pánico en su comunidad, especialmente a los hombres, hasta que finalmente es confrontada y perdonada por un sacerdote. Este relato subraya la transformación y redención de Teresa, siendo perdonada por sus maleficios tras un acto de contrición. En los relatos de Clementina, otra bruja de la región, se documenta un encuentro inicial con lo sobrenatural centrado en prácticas de brujería y el uso de hechizos y pócimas para influenciar y controlar a otros, presentando un registro más descriptivo de su oficio. El enfoque aquí está en las particularidades de sus prácticas y el impacto de las mismas en su entorno social. Aunque ambas historias tratan sobre figuras con habilidades sobrenaturales, "El Mandingas" explora una confrontación más directa con lo diabólico y su influjo en el ámbito festivo, mientras que los relatos sobre las brujas se interesan más por describir el día a día y las consecuencias domésticas y personales de tales influencias en sus comunidades.


Historia intervencion de fuerzas malignas

Por ahora no tenemos tan clara la historia de este mito, pero a medida que recopilemos más información les estaremos actualizando. El mito refleja la lucha entre el bien y el mal, y cómo las influencias sobrenaturales pueden afectar las celebraciones culturales y la vida cotidiana de las comunidades. También muestra el poder de la música y el carnaval como un espacio de encuentro entre lo humano y lo divino. El mito se asemeja a las historias griegas de Orfeo, donde la música tiene un poder sobrenatural, y a los relatos nórdicos de Loki, que también involucran engaños y transformaciones.

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